Místico y mágico Sur

Publicado el 25 de mayo de 2022, 16:02

Anhelaba el verdor de los campos, la frondosidad de los bosques, la majestuosidad de las montañas, la claridad de los ríos, la pureza del ambiente, el frescor de la mañana al salir de mi tienda, el pedaleo durante horas mano a mano con la Pacha Mama, ese “porche” itinerante con vistas a un cuadro realista… Anhelaba, a fin de cuentas, el sentirme vivo, en aquel lugar donde el Roberto de mis recuerdos volviera a resurgir para disfrutar del camino.

 

Pero, ¿dónde estaba ese Roberto? Pasaban los primeros días y me costaba acostumbrarme a rutinas que hace solo unos meses eran mi día a día: encontrar un lugar donde acampar, hacia dónde dirigirme, buscar agua, estar conmigo mismo durante horas y días, por nombras algunas.

 

El salto al abismo desde la comodidad absoluta que tuve durante los meses de invierno, tanto en Andalucía como en Polonia, a la incertidumbre más incierta no fue tarea fácil. Me hizo dudar durante varios jornadas sobre el propósito de esta forma de vida, incluso llegando a pensar que no sería capaz de encontrar a aquel Roberto ilusionado por vivir sobre dos ruedas y por aprender cada día de todo lo que le rodeaba.

 

Pero como de costumbre, el paso de los días y el hecho de volver a sentirme libre y acompañado por Carmela, hicieron resurgir desde lo más profundo a ese tipo inquieto que tanto andaba buscando.

 

Mi primera meta en esta nueva etapa y con un precioso y reluciente “vestido” azul que me regalaron para Carmela, dejando atrás su tan característico amarillo, se trataba de una de mis ciudades, Cracovia. Aunque distaban solo 200km desde Rzeszow, decidí comenzar a lo grande y dar una vuelta de 730km y 7000m positivos por los diversos Parques Nacionales del sur de Polonia, recorriendo los caminos más cercanos a la frontera eslovaca y a las montañas que dominan la zona.

 

Costaría aclimatarse y comenzar a coger ritmo, pero la belleza de estos parajes hacia que se me olvidasen los kilometros a recorrer y mis problemas, para sumergirme en los bosques de pinos de Bieszczady y Magurski a través de los cuales serpentean sus carreteras y caminos, siendo facilísimo encontrar un lugar bajo esas copas para plantar mi modesta casa y admirar una tranquilidad y un silencio solo roto por el berreo de los corzos y ciervos que a menudo me han visitado, y los melódicos cantos de los pájaros diurnos y nocturnos.

 

Las piernas se acostumbraron al pedaleo diario, tras el prolongado barbecho en el que se encontraban, y sobre todo mi cabeza comenzó a reestructurarse para poder abrir mi mente a todo aquello que me rodeaba a diario y a reaprender a estar conmigo mismo.

 

Así discurrimos zonas rurales en las que al fin fueron las vacas y ovejas las que se dieron paso, salpicando de tonos blanquecinos, marrones y negros los millones de matices de verdes que reflejaban a la vista y que parecían querer anunciar a los cuatro vientos la llegada repentina del buen tiempo y de una primavera de una fugacidad extrema.

 

Y es que, en menos de dos semanas, el tiempo, ya de por sí cambiante en este país, se volvió loco y pasamos de tener una buena sensación semi-primaveral, a días y días con intensas lluvias que a pesar del Goretex mantenían mis pies calados durante horas; para finalmente sofocarme a mi llegada a la ciudad del dragón, Cracovia, donde el ambiente era puramente veraniego, con tantas bicicletas que me hicieron dudar de si estaba en Holanda y con un aire cálido en la atmósfera que sorprendía a los propios habitantes de la ciudad. Todo esto en 13 días… Es lo que tiene estar en Polonia.

 

A pesar de las Inclemencias del tiempo, la lluvia no fue impedimento para seguir descubriendo una zona del país completamente desconocida para mí, en la cual sus montañas, sus iglesias de madera de origen ortodoxo y sus ríos se fusionaban con la línea fronteriza que separa al país de los deliciosos pierogis (empanadillas cocidas) de sus vecinos eslovacos.

 

Fue en estas zonas limítrofes donde pude admirar una vez más la belleza de los caudalosos ríos que en mi Andalucía brillan por su ausencia. Agua, agua y más agua que alimenta los valles por los que discurre, dotándolos de un color radiante en esta época del año. Es el caso del río Poprad, a lo largo del cual pedaleé por la tranquila Eurovelo 11 llegando a cruzar durante unos kilómetros al país número 27 de esta andanza asiático-europea: Eslovaquia.

 

Y de río en río y tiro porque me toca. No bastaría con la sorpresa y belleza de esta zona, la naturaleza tenía otra maravilla preparada para mí. De está forma, me adentré en aquel caminito justo cuando comenzaba a caer la tarde, cruzando una vez más al país vecino y con el cielo dándome un respiro tras un intenso día pasado por agua.

 

No sabía qué me iba a encontrar y acabé inmerso en un aura mágico, rodeado por montañas kársticas, bosques que llegaban hasta la misma cuenca del río y el gran protagonista del lugar, el Dunajec, que levantaba misticismo a su paso dejando sobre su superficie un halo blanquecino como si estuviera respirando e intentando intimar con aquel pasajero en bicicleta que al atardecer recorría en solitario su valle. Una auténtica maravilla, en la que el lugar y el momento aunaron sus fuerzas para convertirlo en el regalo perfecto que tanto necesitaba, ese que me hacía volver a creer en esta forma de vida.

 

Y fue así como aquella noche me fui a dormir con una gran sonrisa en la cara a pesar de los chorreones de agua que salían de mis zapatos y ropa, para despertar con más lluvia y continuar por una de las ciclovías más bonitas que he recorrido, en este caso la Velo Dunajec, que me dió la oportunidad de conocer el castillo de Niedzica a orillas del lago Czorsztynskie.

 

Tras tanta agua llegaría la tempestad en forma de ducha caliente, cena, charlas y cervezas en casa de Wiesiek y Jadwiga, quiénes al verme parado en una de las estaciones de descanso no dudaron en establecer una conversación que llevaría a una cálida y genuina invitación a su casa en la población de Nowy Targ, con vistas a las aún nevadas cumbres de la cordillera del Tatra.

 

Pero no sólo fueron ellos los que me brindaron su amabilidad y su hospitalidad. Por el camino en estas casi dos semanas por las montaña, he tenido la fortuna de contar con encuentros amistosos con los locales que, de alguna forma u otra, se acercaban a mí curiosamente para acabar regalándome una cerveza, agua o simplemente unas agradables palabras con las que alegrarme el día. (Cuánto me alegro de que aquel Roberto del pasado aprendiese algo de polaco para así poderme comunicar hoy en día con estas personas.)

 

Al igual que mis amigxs de Cracovia, que con su presencia y su amor me han hecho pasar una semana indescriptible en esta mi segunda ciudad, con multitud de conversaciones profundas, risas, recuerdos de tiempos pasados y el volver a sentirme como en casa una vez más. ¡Gracias!

 

Bueno… ¿Y ahora qué? Aunque tenía dudas de si dirigirme directamente hacia República Checa y continuar acercándome a España, decidí darle una vuelta de tuerca a este ‘paseillo’ por Europa, haciendo una pequeño tour de 2000km hasta el norte de Polonia (Gdansk) y recorriendo una de sus vías más populares, la Green Velo que transcurre por el este del país junto a la frontera de Bielorrusia.

 

No hay más que hablar, a seguir pedaleando e impregnándome de las bellezas que Polonia disponga en mi camino.

 

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